Somos amigas. Muy amigas. Sólo con verla ya sonrío. A veces, cuando
nos aburrimos, nos drogamos, en un afán por matar el tiempo, por comprimir la
vida, como se comprimen los archivos, hacer nuestra propia versión .zip y
acortar el camino. Aun así no llegamos al punto de mi novio y sus amigos, que
compran Ketanol en la farmacia y lo cocinan para ver películas tirados en la
mierda. Exactamente igual que sus vidas: pura mierda.
No. No somos así. La vida nos ahoga, como a todos, pero nosotras
somos diferentes, y juntas, simplemente invencibles.
Estamos corriendo en medio del campo; la huerta llora gotas de vida,
la luna flota sobre nuestras cabezas y su influjo es francamente notable;
elipsis temporal.
Estoy dentro de un carrito de la compra, y Martina me arrastra por
una calle céntrica de Londres, mientras nos reímos desaforadas de la bollera de
cuarenta años hija de puta que no nos ha dejado pasar a "Got fucked on
your mum's house". La miro, y entorna los ojos. Hemos bebido muchísima
sidra, y hemos tomado algo de M pero sólo para acompañar, y sólo porque nos
invitaban. M de MDMA, M de Martina. Estamos solas, estamos en Londres, y somos
las únicas en el universo. Las dueñas; el mundo en mis manos. Y por un segundo
pienso que sería divertido hacer explotar el Globo Terráqueo como se explota un globo, o cuanto menos,
interesante. Es curioso cómo el ser humano se ve atraído por la sensación de
poder; hasta nuestras propias relaciones humanas se basan en eso. Quién manda
sobre quién, quien somete a quién; qué persona te hace perder los estribos, y
quién te subyuga . Nadie sabe quién es el Gran Hermano y todos desean serlo. Es
por eso que me asquean.
¡Joder! ¿Has visto a ese tío?
Ríe a carcajadas.
¿Has visto lo borracho que va? Da miedo, parece un monstruo. ¡¡Mira,
mira!!
Es el hombre elefante…Mira como se mueve… De lado a lado. Puto barco
de mierda. Seguro que está relleno de donettes y whisky. ¿Y la tía que discute
con él? Joder, ¡¡no tiene casi pelo!!
¡¡Parece un loro desplumado!!
Nos reímos.
Ostia, viene para acá. Creo que nos ha visto. Corre más rápido.
¡No puedo! Este carro pesa más que Oprah!
Joder. Oprah la que nos va a dar este.
¿Qué haces? No podemos dejar solo a Calcetines…
¡Martina! ¡¡Es un puto carro!!
Ya, pero me da pena, lleva toda la noche con nosotras. Es uno más.
Hey you sluts! What are you looking at? You think you are better
than me/
Corre!!
Ya corro!!
Y nos reímos, y corremos, corremos, giramos la siguiente calle a la
derecha, es un callejón oscuro, y sólo cuando llegamos a casa nos paramos. La
adrenalina, la tensión, todo resurge como una bomba Hitchcockiana, y todos los
años en los que hemos pensado y sido conscientes de ser almas gemelas ( con el
consiguiente obstáculo de que éramos mujeres heterosexuales las dos) explotan y
se convierten en polvo de nada, de absurdez, de tabúes de épocas pasadas. Somos
libres, más libres nunca, solas en la inmensidad de Londres, perdidas en sus callejuelas
microscópicas y sus edificios gigantescos. Descuidadas en su extraña mescolanza, que confronta lo
victoriano y puritano, a Jack el destripador y a Jane Eyre, y me hace
imaginarlos bailando juntos un Vals. Londres, que aúna los recuerdos estigmáticos
de Margaret Thatcher y a japoneses vestidos de Vivienne Westwood andando por
Brick Lane.
Entramos en casa, la empujo
hacia la cama y nos revolcamos como dos gatas en celo. Ronroneamos, nos reímos,
me desnuda, la desnudo, nos regocijamos a carcajadas; vergüenzas escondidas que
se materializan en nuestros oídos. Tumbadas boca arriba, sudando, a carcajada
limpia, probando lo inconfesable, lo prohibido, y lo que no volveremos a probar
nunca. Sólo por un pequeño momento, un espacio microscópico en nuestra vidas, y
que nos marcará más que nuestras futuras bodas; aun recuerdo su risa, yo ahí
abajo entre sus piernas, intentando tomarme la situación en serio, queriendo
hacerlo bien, entre sus piernas, mi melena rozando sus muslos, y ella riendo.
Está radiante; brilla. Sus dientes brillan fosforescentes en la oscuridad de la
habitación, sus ojos se conjugan con sus gorgoritos, y yo también soy feliz al
oír sus pequeños gemidos. Yo también me ilumino al tocar sus pequeños y finos
pies con mis manos, y me siento Rimbaud; vuelvo a ser niña, a disfrutar del
juego, a olvidarme de dominar a alguien.
No hay necesidad de ello, sólo la diversión y la fantasía. Ya no
tengo problemas de afecto, ya no soy una joven mujer con un acuciante miedo al
compromiso; ya no me importa nada.
La poca ropa que nos queda sale en volandas, y cada prenda que
tiramos al aire es un solaz, una tirita con dibujitos de Star Wars para las
heridas que rajan mi alma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario